COMIENZA EL SITIO AL FUERTE DE LOS REMEDIOS
El fuerte de Los Remedios o de San Gregorio fue establecido a mediados de 1816
por el presbítero José Antonio Torres (padre Torres) en el cerro de San Gregorio, en el actual municipio de Cuerámaro, Guanajuato. La fortaleza, que parecía
inexpugnable, ocupaba un amplio polígono irregular con relieves sinuosos, rodeado de impresionantes barrancas escarpadas, donde la planicie
occidental del Bajío guanajuatense se convierte en la sierra de Pénjamo.
El paisaje del cerro se forma con el bosque natural de
encinos y matorrales, y se ve recortado por el perfil de altas paredes rocosas
que surgen casi verticalmente en las barrancas. Por el lado sur del polígono
que ocupó el fuerte, una profunda herida se abre entre los cerros, generando el cauce
del arroyo del Sauz, que desemboca en la Garita, única entrada al fuerte por la
planicie donde comienza El Bajío.
Después de la caída de El Sombrero, el ataque a Los Remedios
era inminente. Siguiendo las
instrucciones y la estrategia acordada con el virrey Ruiz de Apodaca, Pascual
de Liñán llegó a la hacienda de Cuerámaro el 31 de agosto. Allí dejó una
compañía resguardando los molinos de trigo —cuyas construcciones aún existen al
suroeste de la actual población de Cuerámaro—, y siguió a la de Tupátaro, donde
instaló provisionalmente su cuartel general. Continuó luego a la planicie de
San Gregorio. Allí tomó fácilmente la garita y estableció el campamento del plan
para los cuerpos de caballería, cerrando a los insurgentes toda posibilidad de
salida por ese punto.
El propio virrey informó al Secretario de Estado y del
Despacho de la Guerra sobre las instrucciones giradas a Pascual de Liñán para
el ataque y sitio a Los Remedios, en los siguientes términos:
Concluida la toma y destrucción del fuerte construido por los rebeldes en la sierra de Comanja, […] mandé al general D. Pascual de Liñán que con la división de operaciones de su cargo fuese a operar contra la fortificación que el clérigo apóstata Josef Antonio Torres, titulado teniente general y comandante de la provincia de Guanajuato, había construido hace 15 meses en los cerros de S. Gregorio, hacienda que dista dos leguas del pueblo de Pénjamo y 20 del real de Guanajuato, y subdividiendo aquellas tropas en cinco secciones, la primera a las órdenes del coronel de dragones del Nuevo-Santander D. Francisco de Orrantia, la segunda a las del coronel del batallón de Navarra D. Josef Ruiz, la tercera a las del teniente coronel D. Juan Rafols, comandante accidental del regimiento primero Americano, la cuarta a las de D. Ángel Díaz del Castillo, coronel del regimiento de Fernando VII de línea, y la quinta, compuesta de tropas auxiliares de Guadalajara, a las del coronel de dragones de Nueva-Galicia D. Josef Antonio Andrade, por enfermedad del brigadier D. Pedro Celestino Negrete, la dejó de reserva para observar los movimientos del traidor Mina, y se situó con las cuatro primeras sobre la posición enemiga, distribuyendo las tropas en los puntos más ventajosos, y estableciendo baterías para destruir las defensas de los rebeldes.
El sitio comenzó formalmente el 1 de septiembre, cuando los
realistas ocuparon todos los puntos estratégicos alrededor del fuerte, al otro
lado de las barrancas que lo circundan, mientras que Liñán estableció su
cuartel general en lo alto del cerro del Bellaco, frente al baluarte del
Tepeyac, hasta donde subió tropas y armamento.
El único acceso al fuerte era por la Garita, en la
desembocadura de la cañada del arroyo del Sauz, y fue ese el primer punto que
tomó Pascual de Liñán, y allí estableció el campamento del plan para los
cuerpos de caballería del ejército realista.
Por el lado de los insurgentes, conscientes de que la Garita era
el punto más vulnerable de la fortaleza, lo primero que hicieron como parte de
la estrategia de defensa fue preparar la explosión de sus construcciones a la
llegada de los españoles, pero por un error de cálculo la explosión se produjo
un poco antes de que las tropas españolas llegaran al punto, por lo que no hizo
ningún daño a las tropas, y sí les facilitó la ocupación inmediata del sitio.
Subiendo desde la Garita por peligrosas veredas que bordean
las barrancas del arroyo del Sauz, se llega al fortín de la cueva, desde donde
se domina la cañada y la planicie de San Gregorio, y en lontananza se puede
distinguir la mancha urbana de Irapuato. Era el punto mejor ubicado y
estratégico para el control de acceso al fuerte, que allí comenzaba. En ese
fortín, los insurgentes fabricaban pólvora, tenían aljibes, almacenes y
custodiaban presos; también existía ahí una casa del padre Torres.
En la actualidad no queda nada del fortín de la Cueva,
excepto la cueva y algunas ruinas de los aljibes en la explanada que se
encuentra afuera de la cueva. Tristemente, al igual que la Garita y muchas
otras ruinas y vestigios de sitios históricos de Cuerámaro, como los molinos y
la Galera, al paso del tiempo han sido seriamente dañados, destruidos y
excavados por ignorantes e ilusos buscadores de tesoros, pero sobre todo han
sido olvidados por las autoridades y por la Historia.
Pascual de Liñán y el virrey sabian lo que significaba la fortaleza de Los Remedios en esa etapa de resistencia y guerrilla. En su informe al Secretario de Estado y del Despacho de la
Guerra, Ruiz de Apodaca continúa diciendo:
Así comenzó el sitio a la fortaleza de Los Remedios, el más prolongado que sufrieron los insurgentes en la larga lucha por la Independencia, y que en las siguientes entregas iremos recordando y revisando, en búsca de su verdadero significado histórico.[…] según las noticias con que me hallo, tienen dentro una fuerte guarnición, compuesta de las mejores gavillas del Bajío, que no han dejado las armas de la mano en siete años, y en que se incluyen muchos desertores del ejército, y unos cuantos de los extranjeros y malos españoles que desembarcaron con el traidor Mina, con varias piezas de artillería de todos calibres, y un gran repuesto de víveres y municiones, quedando de la parte de afuera cuerpos numerosos de caballería para incomodar a los sitiadores, mantenerlos en continua alarma, embarazar la provisión de víveres y forrajes, de que escasea mucho a pesar de su feracidad aquel arruinado país, interrumpir las comunicaciones, y llamar por todas partes la atención de las tropas, amenazando las haciendas y pueblos fortificados.
NOTA: Este artículo es un fragmento del libro inédito "Resistencia insurgente en el Bajío (1813-1818), de Horacio Olmedo Canchola. Reservados todos los Derechos. Queda prohibida su difusión, copia o almacenamiento sin autorización expresa del Autor.