PRIMERA PARTE
ALGO SOBRE LA OSAMENTA PERDIDA DE MARIANO
MATAMOROS
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Mariano Matamoros |
En 1823, el Soberano Congreso Mexicano reconoció como
“beneméritos de la patria en grado heroico, a los Sres. D. Miguel Hidalgo, D.
Ignacio Allende, D. Juan Aldama, D. Mariano Abasolo, D. José María Morelos, D.
Mariano Matamoros, D. Leonardo y D. Miguel Bravo, D. Hermenegildo Galena, D.
José Mariano Jiménez, D. Francisco Xavier Mina, D. Pedro Moreno y D. Víctor
Rosales”, y ordenó la exhumación de sus restos y su traslado a la Ciudad de
México para que fueran honrados y depositados en una capilla de la Catedral.
Cumplimentando las instrucciones recibidas, se
hicieron las exhumaciones de los beneméritos que pudieron ser localizados. El 13
de septiembre de 1823 llegaron a la Colegiata de N. S. de Guadalupe los restos
de Hidalgo, Allende, Morelos, Matamoros, Jiménez, Xavier Mina, Moreno y Rosales.
Hasta el mismo lugar llegaron los restos de José María Morelos, provenientes de
San Cristóbal Ecatepec, así como las osamentas de los héroes ejecutados en
Chihuahua (excepto los de Juan Aldama, que no se recuperaron porque habían sido
enterrados con otros cuerpos) y los restos de Víctor Rosales y Mariano
Matamoros.
Bustamante dice que el alcalde de la Villa llevó “los
cadáveres en cinco urnas, hasta la garita de Peralvillo”, por lo que se puede
deducir que las urnas contenían los restos de (U1) las calaveras de Hidalgo,
Allende Aldama y Jiménez, con las osamentas atribuidas a Mina y a Moreno, enviada
desde Guanajuato; (U2) los restos de Morelos, que llegaron de Ecatepec; (U3)
las osamentas de los esqueletos de Hidalgo, Allende y Jiménez, exhumados en
Chihuahua; (U4) los restos de Víctor Rosales y (U5), los de Matamoros, enviados
desde Valladolid. De ahí continuaron su tránsito hasta el templo de Santo
Domingo, en la Ciudad de México.
Se sabe que en la noche pasó el Jefe Político a Santo
Domingo, con una corta comitiva, y abrieron las urnas, para separar los huesos
y acomodarlos en una sola urna ricamente adornada, en la que se haría el
traslado a la Catedral. Sólo los huesos de Matamoros quedaron intactos en su
propia urna, que no fue abierta.
El 17 de
septiembre llegaron a la Catedral dos urnas: una forrada en terciopelo negro,
guarnecida con galón de plata, que contenía los restos de Matamoros, y otra de
cristales, con los despojos de los otros héroes. Después de los oficios y la
ceremonia solemne, las urnas fueron expuestas a la veneración del público en la
capilla de La Cena, contigua a la de San Felipe de Jesús. Posteriormente fueron
depositadas en una cripta debajo del altar de los Reyes, en la que también,
desde octubre de 1821, se encontraban los restos de Juan O’Donojú, Jefe
Político Superior y Capitán General de Nueva España.
Así comenzaron los avatares de los restos de los
beneméritos de la patria, y continuarían por casi un siglo hasta septiembre de
1925, cuando finalmente fueron retirados de la Catedral para ser depositados en
la Columna de la Independencia.
Durante los casi cien años de su estancia en la
Catedral Metropolitana, las osamentas fueron revueltas y mezcladas en
diferentes ocasiones y por distintos motivos. En una de esas ocasiones, la
cripta donde descansaban los restos de los héroes fue abierta para depositar en
ella una parte del cadáver del presidente Miguel Barragán, en 1836. Como
resultado de esa apertura, los huesos de los beneméritos de la patria, que se
encontraban “hechos una confusión”, fueron colocados en una nueva urna para su
preservación. Se dice que en esa ocasión entraron a la cripta varios intrusos
que aprovecharon la oportunidad para revolver los restos y robarse algunos
huesos, entre otros la calavera de Juan O’Donojú, que años después fue
restituida a la cripta.
También se dice que en aquel entonces fue abandonada en
algún rincón de la desordenada cripta la urna con los restos de Mariano
Matamoros, de manera que allí quedaron olvidados cuando se pasaron los restos
de los demás beneméritos a la capilla de San José, en 1895. Es probable que así
sucediera, porque a partir de entonces no se volvió a saber de ella hasta finales
de 1911, cuando a instancias del Dr. José María de la Fuente se formó una
comisión para rescatar los restos perdidos de Matamoros. La comisión estuvo
integrada por el mismo Dr. José María de la Fuente, el Dr. Nicolás León, el
Ing. Jesús Galindo y Villa, y dos fotógrafos. Su objetivo era encontrar y
rescatar los restos perdidos.
Los comisionados bajaron a la cripta el 30 de
diciembre del mismo año y encontraron una desvencijada urna vacía junto a otra en
las mismas condiciones, que sí contenía algunos huesos, distintos objetos y
basura. En el informe rendido más tarde al Lic. Cecilio A. Robelo, director del
Museo Nacional, el Dr. Nicolás León dice que el lugar era “un verdadero
muladar, pues no otro nombre merece la cripta donde yacían [los huesos] por el
abandono y desaseo en que se encuentra”. Y continúa diciendo: “sacamos los
restos fragmentarios de un esqueleto humano que, confundido con desechos de
materiales de construcción, palos podridos y basura, se encontraron dentro de
una rota y desvencijada caja de madera corriente que estaba sobre el piso de
ese lugar.”
Por su parte, Antonio Rivera de la Torre,
representante de Nueva Era, en su crónica publicada en domingo 31 de
diciembre, escribe:
“Observamos un gran desorden en el interior: un ataúd
negro con cordeles, una urna, también negra, vacía; otra urna del lado derecho
de la entrada correspondiente a la oquedad marcada por el brazo de la cruz, con
unos tablones o restos de otra urna cercana; una gran capa de tierra en el
pavimento, almacenada por los años y trozos de caliche dispersos.”
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Dr. José Ma. de la Fuente |
En tales condiciones, después de analizar los huesos
encontrados, el Dr. José María de la Fuente declaró que eran “los auténticos de
Mariano Matamoros”, pese a las dudas que manifestaron sobre su autenticidad el
Dr. Nicolás León y el Ing. Jesús Galindo y Villa.
De cualquier manera, los restos fueron colocados en
una urna para ser depositados en la capilla de San José, junto a los demás
beneméritos de la patria, en donde desde 1903 se encontraban también los de
Nicolás Bravo.
Pero el esqueleto estaba incompleto: faltaba el cráneo.
Para aclarar esa situación, De la Fuente dice que dos días después, cuando fue
a buscar en la Catedral el cráneo perdido, el sacristán le “entregó un cráneo
que se encontró ahí rodando” un ingeniero de las obras en la cripta, quien lo
había recogido para evitar que lo profanaran los albañiles.
En el informe entregado
al director del Museo, describe el cráneo, del que —dice— sólo existe la
bóveda, pero en fracciones, y faltan los huesos de las caras inferior y
laterales. Sin embargo, agrega: “he creído que, muy probablemente, el cráneo
que fui a buscar es el mismo que me entregó el Padre Sacristán”, el cual
entregó al director del Museo Nacional y, al parecer, nunca se integró al resto
de la osamenta. Salvador Rueda dice que “fue entonces cuando se inventó el descubrimiento
de los restos de Mariano Matamoros, que resultó una impostura”.
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Fotografía de los restos de Matamoros, descubiertos en 1911 |
Desde el momento mismo del descubrimiento de aquellos
restos atribuidos a Matamoros, el ingeniero Jesús Galindo y Villa, que formó
parte de la Comisión, fue un duro crítico de la impostura perpetrada por el
doctor De la Fuente. Para hacer patente su desacuerdo, algunos días después del
descubrimiento El ingeniero Galindo y Villa escribió el artículo que a
continuación se transcribe, el cual fue publicado en El Imparcial del 31
de diciembre de1911, y que más tarde recoge el Boletín del Museo Nacional de
Arqueología, Historia y Etnología:
UN HUESO DE FRAY PEDRO DE GANTE
(Anécdota á propósito de los
restos de Matamoros) *
En un lugar privilegiado del vasto Convento de
San Francisco de México, se veneraba una reliquia que la comunidad tenía en
grandísima estima, y que solía ser mostrada á las respetuosas miradas de los
amantes de la imperecedera memoria del insigne lego Fray Pedro de Gante, muy
cercano pariente, al decir de muchos, del Emperador Carlos V. Tratábase nada
menos que de un hueso del esqueleto de aquel inolvidable educador de los indios,
cuyo cadáver fue enterrado en el Convento, en el año 1572, en que acaeció la
muerte de Fray Pedro.
Un viejo y erudito amigo nuestro, que lo es
también de todos los historiadores é historiófilos residentes en la Capital, y
que vive aún, allá en sus mocedades entraba al Monasterio de los franciscanos como
á su casa, y muy relacionado con los monjes de la Orden Seráfica, logró conocer
el hueso del benemérito lego.
Poco antes de la exclaustración de los
religiosos y de la destrucción de su Convento, nuestro amigo obtuvo del Padre
Guardián que se le obsequiara el despojo mortal de Fray Pedro, para conservarlo
como un tesoro.
Un día, otro amigo nuestro, renombrado
arqueólogo, que también vive, y radica ahora en Europa; que concluyó toda su
carrera de Médico faltándole solamente el título, tuvo en sus manos la famosa reliquia,
y pidió con encarecimiento al poseedor de ésta que le permitiera estudiarla con
escrúpulo. Parecióle á nuestro segundo amigo que el hueso era algo anormal para
haber sido del propio armazón osteológico de Fray Pedro, y que á haber formado
parte de él, evidentemente el lego era un gigante.
Concluido el estudio del hueso, el resultado fue
una desastrosa y fatal sorpresa, que llenó de estupefacción al dueño de la
reliquia. La Anatomía comparada había revelado ¡cosa estupenda! que el hueso no
era de un ser humano: los caracteres se hallaban muy bien marcados: ¡Se trataba
del fémur de un caballo!
Esta anécdota es absolutamente verídica; la
conoce un reducido número de personas, y la he recordado con motivo de la
exhumación de los restos del invicto insurgente D. Mariano Matamoros, acerca de
cuya autenticidad conviene de momento suspender todo juicio. Si las presunciones
históricas autorizan, en parte, á suponer que los huesos que encontramos
abandonados el 30 del pasado diciembre en la pequeña cripta del altar de los
Reyes de la Catedral de México, son realmente los de Matamoros, hay, en cambio,
otros datos que nos envuelven en negra duda y nos embargan en honda meditación:
los huesos que aparecen mezclados, quizá son los de un esqueleto extraño; la conformación
anatómica de la pelvis; aquellas suelas diminutas de casi femeninos zapatos que
salieron del fondo de la desvencijada urna, son altamente sospechosas, por
desgracia. Allí no se encontró el cráneo, pero ahora se da como el de Matamoros
uno que estaba olvidado en la Sacristía de la Basílica (sic), y que acaba de
llevar el Dr. D. José María de la Fuente al Museo Nacional.
Ante tan serias consideraciones, es preciso
detener el vuelo de la fantasía y los impulsos de nuestro patriotismo, que
podrían resultar contraproducentes, y esperar con fe y con calma la última
palabra de quienes, con su ciencia y su saber, se encargan ya de pronunciarla.
Más que la Historia, habrán de resolver el punto
la Anatomía y la Antropometría.
Coyoacán, 4 Enero 1912.
* En El Imparcial de 5 del corriente Enero
se publicó esta anécdota, sin la firma del autor.
—(J. G. V.)
Un siglo después, para la celebración del
Bicentenario, los restos de los beneméritos fueron extraídos de la Columna de la Independencia, para su análisis y conservación. Los resultados que arrojaron los
estudios de antropología física realizados por especialistas del Instituo Nacional de Antropología e Historia dieron la razón a Galindo y Villa. Con ellos se evidenció que los
restos atribuidos a Mariano Matamoros correspondían a un adulto de sexo
femenino de 40 a 45 años, al que le falta el cráneo, pero conservaba hasta los
zapatos y algunos objetos asociados, que nada tenían que ver con la osamenta. Según el informe respectivo, por las marcas en sus huesos debió tratarse
de una mujer dedicada a la molienda y a la preparación de alimentos en
cuclillas.
Sobre
tales elementos, Lilia Rivero Weber, coordinadora Nacional de
Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, dice que son materiales
que se ubican dentro de un contexto histórico y que en un futuro podrían
ser materiales de investigación, por tanto, "no tenemos derecho ni la
autorización de eliminar material dentro de un contexto". Por su parte, ante las evidencias mencionadas, la historiadora Carmen Saucedo dice que "se puede concluir, históricamente, que los restos encontrados por el doctor De la Fuente no eran los de Matamoros. Ninguno de los datos del hallazgo de 1911 corresponden a los de la exhumación de 1823".
De cualquier manera, en ese contexto, sin importar los resultados obtenidos por
los especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia sobre la autenticidad de los huesos atribuidos al personaje, la creencia
prevaleció sobre la ciencia, y la “deducción lógica” sirvió para dar identificación a los restos, sean o no de los individuos a los que se les
atribuyen, y de esa manera, el 30 de julio de 2011, volvieron al mausoleo de la
Columna de la Independencia los huesos restaurados de una mujer desconocida, con
todo y las delgadas suelas de sus zapatillas, suplantando a los de Mariano
Matamoros, para dormir el glorioso sueño de los beneméritos de la patria bajo
las alas del Ángel de la Independencia.
Finalmente, se podrá decir que lo de menos es la
materia, cuando el homenaje y la veneración la trasciende, reconociendo de esa
manera el espíritu inmortal del héroe.
Horacio Olmedo Canchola
(2020)