LA HACIENDA DE CUERÁMARO (1833-1834)
Autor: Horacio Olmedo Canchola
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Introducción
En el marco del SESQUICENTENERIO DEL MUNICIPIO DE CUERÁMARO y de su PUEBLO CABECERA, con
esta entrada comenzamos una serie de publicaciones basadas en una investigación
hemerográfica sobre la hacienda de Cuerámaro y su devenir en congregación, en
pueblo y municipio, y finalmente en ciudad.
LA HACIENDA DE CUERÁMARO 1833-1834
A diez
años de la Independencia y del breve imperio de Iturbide, el país se asomaba a
una nueva etapa de su desarrollo bajo la luz de las ideas liberales que finalmente
desembocarían en la Reforma.
Los
liberales de la época compartían la creencia de que el país estaba muy atrás de
su potencial progreso económico y social, debido principalmente a la influencia
del clero, la milicia y los conservadores. Era clara la necesidad de una
reforma radical, y el único medio para lograrlo ─consideraban los liberales─
era frenar el poder político y económico de esos sectores.
En
ese contexto, la posibilidad de que el gobierno echara mano de los bienes
eclesiásticos mediante su confiscación o nacionalización era cada vez más
cierta. Aunque esto no era nuevo: el gobierno independiente había recibido como
herencia del virreinato los bienes eclesiásticos nacionalizados, entre los que
se contaban los de la Inquisición (abolida en 1813 y suprimida definitivamente
en 1820), así como las propiedades del llamado Fondo Piadoso de Californias
(fundado para mantener las misiones en aquel territorio) y los bienes de las
órdenes regulares suprimidas (los jesuitas, los benedictinos, los hospitalarios
de Belén, San Juan de Dios y San Hipólito).
La
venta de todos esos bienes durante el gobierno de Vicente Guerrero, apenas en
una cuarta parte de su valor, sirvió al gobierno independiente para hacerse de
algunos fondos que le permitieran financiar mínimamente los gastos que
generaban las frecuentes guerras, y para hacer frente a la deuda pública que se
incrementaba cada vez más desde el imperio de Iturbide.
Don Valentín Gómez Farías |
En
ese devenir, el 30 de marzo de 1833 fue electo presidente de la República el general
Antonio López de Santa Anna y Valentín Gómez Farías es nombrado vicepresidente.
Santa Anna se declara enfermo y no toma posesión del cargo, por lo que Gómez
Farías presta juramento y asume la presidencia de la República, cargo que
ejerce del 1 de abril de 1833 al 24 de abril de 1834.
Durante
ese periodo, la confiscación de los bienes eclesiásticos pareció un hecho con
la aprobación de las leyes liberales decretadas por Valentín Gómez Farías, que
tuvieron una vigencia muy corta.
Las
principales reformas introducidas por Gómez Farías entre 1833 y 1834 fueron las
supresión de las órdenes monásticas, supresión de la obligatoriedad del pago
del diezmo, la institución del matrimonio civil, la abolición de los
privilegios del clero y del ejército, la eliminación del monopolio educativo,
el establecimiento de la educación obligatoria, la creación de universidades
públicas y el desarrollo del conocimiento científico, así como la libertad de
prensa y la desamortización de los bienes del clero.
Pero la reacción de la Iglesia y del ejército no se hizo esperar. Ambos sectores
acordaron solicitar a Santa Anna que regresara a la presidencia y pusiera fin al
programa de reformas liberales. Santa Anna retomó el mando en mayo de 1834.
Valentín Gómez Farías fue destituido y de inmediato fueron derogadas todas las
leyes dictadas por los liberales.
Durante ese periodo de gobierno de Gómez Farías, la hacienda de Cuerámaro
resintió las consecuencias de las leyes liberales, como se lee en un comunicado
que se publicó en el número 44 de “El Mosquito Mexicano”, periódico bisemanal de
la Ciudad de México, el martes 12 de agosto de 1834, en el que se expresa el
punto de vista de alguien que firma con el pseudónimo de “El amigo de la justicia”.
Su texto, modernizado, es el siguiente:
COMUNICADO
Sres. editores del Mosquito.─ Muy señores míos. Para que el público tenga más conocimiento del cómo andaban las cosas en tiempo de la anterior administración, suplico a uds. se sirvan insertar es su apreciable periódico con la brevedad que les sea posible, el siguiente párrafo, tomado de una carta que vino de Pénjamo a un amigo, y que para publicarlo he tenido mucho trabajo en que él lo permita: el párrafo dice así.
“Amigo mío: debe ud. saber que la hacienda de Cuerámaro, que pertenece a los padres Camilos, aunque se ha dicho que estaba tomada por cuenta de la federación, no ha sido sino D. Valentín Farías, quien tiene puesto en ella un administrador de su cuenta, y aunque con motivo de las actuales circunstancias, se manifestó al gobierno del estado, que no debía continuar dicho administrador, extrayendo todo el trigo y harina de la presente cosecha, por haber ya variado felizmente las cosas, el gobierno no ha hecho aprecio de la excitación, y el administrador continúa del mismo modo, por lo que no teniendo la federación nada que hacer con Cuerámaro, porque D. Valentín, entiendo se había reservado esta finca para sí, me parece que a los padres Camilos y a ud. les debe ser muy fácil el recabar del general presidente una orden para que se les restituya a sus dueños. Este paso, si se consigue, será para mí de una doble satisfacción, ya por el aprecio y relaciones que he tenido muy antiguas con casi todos los padres de S. Camilo, y ya porque se advierta que se obsequia a la justicia en la presente administración.”
¿El saberse esto no será un nuevo motivo que estimule al Excmo. Sr. Presidente a entregar los bienes a los reverendos padres Camilos, que con satisfacción vemos hoy en la república, y que solo los había quitado de ella el deseo de tomarse todas las propiedades ajenas? Su llegada a ésta, dio a entender a todos los mexicanos el aprecio que ellos se merecieron por sus virtudes, por el exacto desempeño en sus deberes, y por su caridad sin límites a los menesterosos, especialmente en el último trance en que ellos son el consuelo de los desvalidos: ellos alimentan a todos aquellos en cuyas chozas entran, no solo con auxilios espirituales, sino con lo que es necesario para sus alimentos y botica, de lo que yo he sido testigo muchas veces. No nos cansemos, sres. editores, quizá no hay otro establecimiento más útil en la república, que el de los religiosos Camilos. ¿Y podrá ver con indiferencia el sostenedor de los bienes eclesiásticos, el observador exacto de las fundaciones religiosas, que despojados aquellos de sus rentas, éstas las disfruten otros contra toda justicia y delicadeza? ¿Cómo es, gobierno justo, que cuando los bienes de los religiosos Camilos se disfrutan por sus enemigos y … ellos están sin casa, no viven en comunidad y el público carece de los auxilios que estos les han prestado, y aún hoy prestan, debiendo ser mayores, si vuelven a la vida de comunidad, que por esta circunstancia lleva siempre más orden?
¡Vencedor ilustre de Tampico! ¡Sostenedor de los derechos de los mexicanos! ¡Verdadero amante de la religión de Jesucristo! La justicia pide, y tú cumpliendo con ella, has dado a cada uno lo que manos violentas le habían quitado. La religión de S. Camilo reclama sus bienes, y los mexicanos todos esperamos de tu rectitud, que sin pérdida de momento se los restituyas, pues si los que los quitaron, están persuadidos de que los sacerdotes de nada sirven en la hora de la muerte, porque no creen en Dios y en la eternidad, los fanáticos que en ello creemos, te pedimos no carecer de este auxilio, que ellos con más frecuencia que ningunos otros, nos prestan en la hora última de la vida.
Dispensen uds. sres. editores, lo mal forjado de mi comunicado, más quedo persuadido que moverá a uds. para darlo a la prensa la gravedad de la materia que en él se trata. Soy de uds. su muy afectísimo conciudadano y amigo q. b. s. m. ─ El amigo de la justicia.
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[Este artículo es resultado de una investigación hemerográfica realizada por Horacio Olmedo Canchola]
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