Jesús Negrete dio vida a “El Tigre”; su muerte, a la leyenda
Jesús Negrete vestido de charro, último día de su vida. |
El martes 20 de diciembre, a las cuatro de la tarde, Negrete
recibió la noticia en la celda número 88 de la crujía B, en la Penitenciaría
del Distrito Federal.
Según informó El
Tiempo, a la hora citada se presentaron en la celda 88 el juez primero
presidente de debates, licenciado Everardo Gallardo, el Agente del Ministerio
Público, licenciado José de la Garza y dos escribientes, acompañados por el
Director del penal, Octaviano Liceaga. El reo recibió impávido a los
funcionarios, y sin inmutarse, oyó la notificación de que el jueves 22, a las 6
de la mañana, sería ejecutado.
Por otro lado, el diario La
Patria dice que Negrete se reusó a manifestar su conformidad, aunque ya lo
había hecho su defensor, y que simplemente dijo “¡Qué he de hacer; así lo
ordenan y no hay remedio!”.
Como la ejecución debía verificarse en la Cárcel de Belén,
el Gobierno del Distrito Federal dispuso que Negrete fuera trasladado de la Penitenciaría
a la Cárcel General, con todas las medidas precautorias para evitar una eventual
fuga. Ahí pasaría toda la noche con centinelas de vista, recluido en la
bartolina número 67 del segundo piso, antes de ser puesto en capilla durante
veinticuatro horas previas a la ejecución.
A las seis de la mañana del día siguiente (21 de diciembre),
se entregó al reo al Secretario del Gobierno del Distrito Federal, licenciado
Ignacio Burgoa, quien a su vez lo entregó al Alcaide de la cárcel, Wulfrano
Vázquez. Durante todo ese día, se ordenó silencio absoluto en la prisión, y no
se permitieron visitas a los presos.
El último día, en capilla
En su edición del 22 de diciembre, el diario católico El Tiempo da cuenta detallada de las
últimas horas de “El Tigre de Santa Julia”, conforme a la versión de los sacerdotes
Durán y Villaláin, que asistieron espiritualmente a Negrete durante el
tiempo que estuvo en capilla:
El segundo comandante de la escolta de capilla, teniente don Antonio Magaña, entró a la celda con el objeto de practicar una visita de inspección a la escolta y darle parte al comandante Larralde.El Tigre vio a Magaña, y sonriéndole, dijo:— Me parece que conozco a usted.— Yo tampoco creo reconocerlo, contestó Magaña, pero no tengo fresco el recuerdo…— Probablemente el ejército, dijo Negrete; yo he sido soldado, agregó.— También yo, se apresuró a decir el oficial de la gendarmería montada, fui teniente del 20 batallón y estuve en la campaña del Yaqui.— Pues yo estuve en Sonora, cuando la guerra, dijo Negrete.Siguió la conversación y acabaron por reconocerse mutuamente, como antiguos amigos y compañeros de armas, Negrete y Magaña.— Usted me simpatiza para amigo aunque sea en este trance triste, dijo Negrete a Magaña, y deseo tener con usted la última conversación de mi vida.Guardó silencio durante algunos minutos, y de pronto dijo:— “Tengo que escribir algunas cartas y también varios versos, pero soy flojo para escribir, tengo pereza.— Yo le escribiré las cartas, Negrete, dijo Magaña, y los versos también, si gusta.— Acepto, mi jefe.
Negrete dictó tres cartas: una dirigida a su hija Leonila,
para despedirse y enviarle cierta cantidad de dinero que le había obsequiado el
Gobernador del Distrito, Guillermo de Landa Escandón; otra, al señor Octavio
Liceaga, Director de la penitenciaría, pidiéndole que entregara algunos objetos
que dejaba en el penal, a la persona que se presentara a recogerlos en nombre
de su hija. La tercera carta fue dirigida al licenciado Justa San Pedro, su
defensor, dándole las gracias por los servicios profesionales que le prestó en
su juicio.
Después de las cartas, Negrete le dictó a Magaña varios
versos: uno dedicado al comandante Lazarralde; otros, al señor Wulfrano
Vázquez, jefe de la prisión; otro a la Sociedad, y uno a don Octaviano Liceaga.
El Tiempo califica a los versos como “malos,
muy malos, pésimos, podríamos decir, y muy vulgares”.
Después de una larga charla con Magaña, en la que Negrete
hizo memoria de “su vida aventurera y recordó sus más notables hazañas de
bandolero y matachín”, manifestó su último deseo a Wilfrano Vázquez:
Deseo, dijo el Tigre, un traje de charro, pero que sea negro, porque tiempo hace que quiero vestirme así, y aunque pocas horas de vida me quedan, siquiera durante ellas, tendré esa satisfacción.Lo tendrá usted, Negrete, contestó el señor Vázquez.
El traje negro de charro, con un sombrero ancho galoneado, llegó a la alcaidía a las diez de la mañana del miércoles, e inmediatamente le fue entregado a Negrete. Éste, sin perdida de tiempo, se vistió con él, y suplicó que se le permitiera afeitase la barba.
Desde ese momento, y por única vez en su vida, quedó
convertido en un elegante charro. Esa imagen fue perpetuada en la fotografía más
conocida de “El Tigre de Santa Julia”, y sirvió desde entonces para alimentar a
la leyenda, suponiendo que ésa era la forma habitual de vestir de José de Jesús
Negrete.
El Tiempo, en la misma edición, continúa reseñando
detalladamente las horas de Jesús Negrete en capilla:
Satisfecho se manifestaba Negrete con su indumentaria. Permaneció con el sombrero puesto, desde las diez, hora en vistió el traje negro, hasta las doce y media, en que le fueron servidos los alimentos de medio día.Tres comidas le fueron enviadas: una de la casa del señor don Wulfrano Vázquez; otra de la casa del subalcaide y la tercera, de la señora Roqueñí, persona de sentimientos piadosos y muy caritativa, que viene a ser ángel de consuelo para los presos […]Jefe Magaña, dijo Negrete al oficial de gendarmes, subjefe de la escolta, lo invito a comer.— Comeré con usted por última vez, dijo el oficial.Hasta ese momento se descubrió la cabeza Negrete; se quitó el sombrero charro, y con sumo cuidado lo colocó sobre una silla, procurando que no sufriera maltrato.Comieron con apetito. Negrete devoró los platillos, y cuando terminó el último, continuó engullendo trocitos de pan y dando sorbos de café […]Platicó; mejor dicho, habló de un hijo, sin permitir el uso de la palabra a Magaña. Fue aquella sobremesa de monólogo, no de diálogo entre los dos comensales. Locuaz, locuaz, muy locuaz estuvo el Tigre. Habló de esto, de aquello, de lo de más allá, sin respirar, relatando sus aventuras y refiriéndose a sus conquistas amorosas. Porque, hay que decirlo, Negrete no tenía familia propiamente dicha, pero tuvo, en cambio, muchas diferentes familias improvisadas. No era precisamente un “Tenorio” en la acepción que se da al término convencional, sino el macho que va fecundando a su paso a cuanta mujer débil o víctima de la seducción encontrara a su paso. A esto se debe que haya tenido varios hijos en distintas madres pero no formaban, naturalmente, una familia homogénea, sino una serie de descendientes de un mismo tronco, sin cohesión entre si. Por eso no hubo una sola visita de familia, para Negrete, sin embargo de su docena y media de hijos.
La última noche
Un poco después de las once de la noche, Negrete se desnudó
tranquilamente, se metió en la cama, se fumó un puro hasta la mitad, y se
durmió.
Al sonar las cuatro de la madrugada del día 22 de diciembre,
fue despertado por el comandante de la guardia de capilla, Ricardo Larralde. El
Tiempo continúa su detallada crónica de la siguiente manera:
Se vistió violentamente, como si tuviera prisa de ir al arreglo de un asunto urgente, y saltó de la cama. Respiró fuertemente; arregló el pelo, cortado a la americana, y anudó su corbata […]Se dirigió a paso lento a la puerta y antes de llegar al dintel, dirigió la mirada hacia arriba, y fijó durante algunos momentos la vista en el cielo, cuya comba empezaba a colorear la aurora. Fue la última alborada que hirió aquella retina, que dos horas después se apagó para siempre, justo en los momentos en que el sonrosado colorido de la alborada se diluía también.
El padre Villaláin, que había permanecido con Negrete en la
capilla, seguía insistiendo para que el reo se confesara. La respuesta fue la
misma que muchas veces había repetido “El Tigre”: “No, padre, ya he dicho a
usted que no he de confesarme […] perdemos el tiempo usted y yo”.
Accedió a oír misa. El padre Villaláin le prendió en el
pecho algunas medallas y le puso dos escapularios. Negrete se inclinó un poco,
hizo una genuflexión y tocó con los labios uno de los escapularios. Desde el
momento de la Consagración, Negrete extendió los brazos en cruz y así
permaneció hasta que la Misa terminó. El sacerdote dio la bendición, y el reo
de muerte inclinó la cabeza. Enseguida se puso de pie, dispuesto a ir al encuentro
de su destino.
(CONTINUARÁ LA ÚLTIMA PARTE: El último momento de El Tigre de Santa Julia)
[Todos los artículos la serie "Desvelando la leyenda del Tigre de Santa Julia" que han sido publicados en este Blog Horario: consagrado a las horas, son de la autoría de Horacio Olmedo Canchola, como resultado de una investigación hemerográfica y documental independiente. Quedan reservados todos los derechos y protegidos por las leyes nacionales e internacionales sobre el Derecho de Autor.]
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