Hace dos meses se dio en Cuerámaro el cambio de gobierno municipal. Durante mucho tiempo, como en todo el país, había prevalecido solamente la hegemonía del PRI. Después comenzó una alternancia que se dio fundamentalemente entre el PRI y el PAN. Cada una de las pasadas administraciones municipales ha dejado una huella de su paso en la imagen urbana... Aunque no siempre como para enorgullecerse. Actualmente Cuerámaro es uno de los tres municipios administrado por el PRD (Cuerámaro, Huanímaro y Moroleón). ¿Cuál será el sello que dejará en el municipio, y especialmente en la ciudad de Cuerámaro...?
Todo eso me ha hecho reflexionar nuevamente sobre la modernización en Cuerámaro, tema que traté hace tiempo en un artículo publicado en el periódico Correo, de Guanajuato, el 15 de abril de 2010, y que ahora difundo en este Blog.
Modernización
Las últimas
décadas del siglo XIX representaron las primeras del nuevo pueblo de Cuerámaro.
En 1885, la población en el municipio se estimaba en 6,525 habitantes, de los
cuales 3,373 se concentraban en el pueblo cabecera.
En ese contexto,
a partir de la erección del pueblo como cabecera del nuevo municipio, los
cueramarenses debían hacerlo todo, porque todo faltaba. Uno de los compromisos era
construir las casas municipales. Con tal fin, Francisco Venegas vendió al
Gobierno del estado un solar, que fue escriturado en 1880 ante Aniceto Torres.
El edificio de las oficinas municipales nunca pudo ser construido como
pretendían los ciudadanos cueramarenses del XIX, por falta de recursos. Otras
obras que se atendieron prioritariamente en esa época fueron los espacios
públicos, las vialidades y la construcción de puentes sobre la acequia, esto
último a cargo de Francisco Manríquez.
Hacia 1883 ya se
había establecido el jardín y se había comenzado el empedrado de las calles y
la plaza principal. Después se estableció la “plaza-mercado”, que marcó la
fisonomía del pueblo hasta 1962, cuando Juan José Torres Landa ordenó la
modernización del pueblo.
La imagen urbana de
Cuerámaro durante la primera mitad del siglo XX era la misma que la de muchos
pueblos y ranchos del país: el agua para el servicio doméstico se obtenía en un
pozo hecho a cielo abierto, localizado por el camino a la Cieneguilla, y se
repartía y vendía en cántaros de barro que se transportaban en carretas tiradas
por mulas; el rastro era un corral insalubre, y la carne se transportaba hasta
la “plaza” a “lomo de hombre”; el alumbrado público lo constituían apenas
algunos focos instalados en muy pocas esquinas de las calles del pueblo, y por
otros que los propios vecinos instalaban en la entrada de sus casas; las
necesidades fisiológicas de la población se hacían, en la mayoría de los casos,
al aire libre y a flor de tierra, en los corrales traseros de las casas, para
que comieran los cerdos y las gallinas, o en letrinas que acumulaban
permanentemente los desechos, pues eran raras las fosas sépticas; las casas,
comercios y cantinas que se localizaban a lo largo de la “Calle del Agua”
descargaban sus drenajes en la acequia, cuyas aguas, ya servidas, eran
aprovechadas a su paso para lavar la ropa y hasta para bañar a los niños…
Actualmente
Cuerámaro participa de la vida moderna y de la mayoría de los servicios que
ésta procura; sin embargo, resulta deprimente su pérdida de identidad: los
espacios públicos están siendo ocupados anárquicamente por el comercio
ambulante de todo tipo, al igual que por anuncios, vehículos y autobuses; la
arquitectura vernácula se ha sustituido irresponsablemente y hoy se ven todo tipo
de mamotretos en el centro y en todas las calles, que desfiguran la imagen
urbana…
¿Eso es la modernización?, ¿es ese el ideal que buscan los
cueramarenses de ahora?
[Publicado el 15 de abril de 2010, en el periódico Correo,
Editoriales, Guanajuato, bajo el título de “¿Modernización?” Autor: Horacio
Olmedo Canchola ©2010]
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